La firma



Todavía recuerdo la primera vez que firmé un libro como si fuera ayer. De hecho, fue ayer.

Salía de mi casa, apesadumbrado por el futuro de la literatura, cuando, de repente, me asaltó una fan. "¿Eres tú?", me preguntó. Y no tuve más remedio que decirle: "Sí, soy yo". "Siempre te he admirado", dijo. "Sigo tu trayectoria desde que empezaste a escribir. ¡E incluso antes!". Yo sonreí con la mayor humildad, antes de pedirle que continuara. "¡Qué rabia me da que nos hayamos encontrado así, de casualidad! Me hubiera encantado que me hubieras firmado uno de tus libros, pero, desdichada de mí, he salido de casa con lo puesto".

Le miré de refilón y vi que iba vestida con una gabardina llena de cristales de Swarovski, un foulard de leopardo y unas botas altas de piel de serpiente. Tenía una pamela ladeada sobre la cabeza y un lunar falso junto a la nariz.

"No te preocupes", le dije entonces. "Nunca salgo de casa sin uno de mis libros. De hecho, he salido con diez. ¿Cómo te llamas?" "Me llamo Esperanza", me respondió. "Bonito nombre", le aseguré. Y entonces estampé mi firma en el libro que le extendí ante su mirada de arrobo y admiración.

Aquella fue mi primera firma y, todavía hoy, la recuerdo como algo especial.

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